lunes, junio 28, 2010

Ápice

Llegué el viernes pasadas las dos de la tarde, el avión con la ligera serenidad de sus ruedas se acercó por el tráfico del aeropuerto hasta la terminal 2, procuré no apresurarme, desde hace un tiempo he adoptado tan extraña costumbre.

Cuando se abrieron las puertas me puse de pie de mi asiento cuya letra clasificación "E" no me permitió voltar la cara para ningun lado, comencé a caminar hasta la salida, serena y fingiendo no acelerarme mitigué el dolor de mis pantorrillas persuadido por el alto de los tacones y la prisa (Habíamos quedado en no correr..)

Por la puerta que se ubica a la derecha del Wings estaba Diego esperando por mi, para ahorrase una multa de unos 5 mil pesos, fingió ser pariente cercano y me saludo con un beso en la mejilla, viajé de copiloto en la camioneta del jefe, y pasada media avenida sucumbió del silencio diciendo: "..."

Respiré profundo, tratando de costipar mis pulmones del aire contaminado, me alegraba estar ahí en medio de esa jungla de asfalto y vehículos voraces, a nadie sin excepción alguna de mis conocidos les gusta el DF, solo a mi y a él, quizás por eso nos enamorados, porque vamos a la par entre todas las curiosidades.

Mi radio comenzó a repicotear, con un par de alertas, me di permiso para importunarme, sacudí la bolsa tratando de rescatar a tientas el móvil que parecía decir mi nombre.

Y ahí estaba yo, en los asientos de atrás de una Suburban, con el pecho golpeado por el retumbar de mi corazón, por esas ganas inmensas que me sacudieron el cuerpo al observarlo...
Y así con la cara de quien no puede sorprenderse, se quedó estupefacto mirandome...

Me abraze a su espalda, lo llené de besos...

Apenas a un brinco de la camioneta, y ya estaba esperandote con las manos entre las faldas, el viento mecia lo vaporoso de mi vestido...

El elevador iba lento, encendiendo uno a uno los números, me observaste y otra vez no pronunciaste nada, 3,4,5, y 6. Con tus instintos de arrebato me arrastraste...
Joy Room, el fuego flotando...

Estas boracho, camino sosteniendo tu cuerpo de aroma a maderas hasta la habitación, me tumbas en la alfombra...

miércoles, junio 16, 2010

Reencuentro

Sofía recorrió con prisa, los corredores de su casa, con la misma inquietud de un niño en espera de una sorpresa.

Se había pintado los labios, y llevaba arreglado su cabello, se puso un vestido con estampado en flores, y unos aretes brillantes en color negro.

En al aire se respira el aroma a gardenias y canela, el ruido de sus tacones, quebraban finamente el silencio de una tarde que estaba por caer, se bajó de su auto, cinco a las 7, siendo delicada en cada uno de sus movimientos, como si supiera que estaba siendo observada.


Antes de comenzar a caminar hasta la puerta de áquel concurrido café, volvió a ver su rostro en el espejo, que reflejaba a un mujer estúpidamente emocionada, había que reconocer que sus ojos  iluminados la hacían lucir 500 veces más atractiva.


Pensó en soluciones inmediatas, para que las manos dejaran de evidenciar su nerviosismo, quizás el menear con más audacia el juego de llaves, o el disimular haber extraviado algún objeto en su bolso, soportarían la valentía que dejó olvidada en la sala de su casa.


Caminó en una sola dirección, con la postura erguida y una fina sonrisa, había pasado casi un año desde la última vez que se vieron, que casi  mengüaba por completo los estragos de todas esas confesiones que se gritaron, lo que minutos más tarde los orillaría a romper su compromiso.


Tal vez ya no era amor lo que le producía emociones, pero lo que si bien era cierto es que tenía ganas de verlo nuevamente.


Sofía no reconoció ninguno de los rostros en el lugar, se sentó en una mesa para dos cerca de la ventana que daba a la calle, cruzo las piernas y pidió un cappuccino sin azúcar, con leche entera. En enumeradas ocasiones le dio un vistazo a su reloj, y comenzó a sentirse absorta de paz,  cómo era posible que con el paso de tiempo hubiera vulnerado esa cualidad tan suya, siempre había sido él quien se anticipaba a las citas, y ella la que buscaba las excusas más infortuitas para disculparse.
Ésta era la primer muestra de las cosas que habrían cambiado.


Había pasado un poco más del cuarto despues de las siete, cuando perdida entre las imágenes de la concurrida avenida, una voz sorprendió sus oídos, era la misma que durante por poco más de 10 años había cobijado sus pensamientos, mo no reconocer ese timbre tan singular que transformaba en íntimo el espacio entre las palabras.


Luis se paró enfrente de ella, con una cara que muy probablemnte desconocería, si se hubieran topado por casualidad, le sonrió de manera forzada como si estuviera evitando el soltarse a llorar.


-Hola Sofía, cómo estás-


Ella, se puso de pie, respiro hondamente, lo repaso una y otra vez con la mirada, y se abalanzó estrepitosamente sobre su cuerpo, lo besó en la mejilla, y todas las respuestas, se olvidaron.


Eran dos perfectos extraños tratando de reconocerse.