viernes, julio 03, 2009

Qué paso con lo dioses.

En lo más profundo del firmamento, sumidos en las distancias siderales y ocultos entre el fulgor de todos los astros, los dioses debaten estrategias y relatos de amor.

Allí abajo, al cobijo de un cielo roto por el humo de las fábricas y el tumulto de los autos, entre los sucios rincones que configuran una herrumbosa ciudad que hiere de ansia y mata de prisa, Emiliano y todos los hombres, viven sometidos a la silenciosa mezquindad del día a día.
También es cierto, que allí abajo conoció a Sophie. Todo hay que decirlo.Ambos se sienten felices cuando estan juntos.
Sophie lo observa con embeleso mientras él anda, se enreda entre sus brazos a la más mínima,
y se ruboriza infantil cuando los ojos claros de Emiliano llegan le miran.
Junto a él es capaz, incluso, de romper a gritos el silencio que exigen quienes siempre piden cosas a cambio.Emiliano, un hombre de exigencias, necesita mucha paz y ternura si quiere aprender a vivir a ras del suelo.
Sophie es pacifista.
Ayer, quebraron a la estrepitosa cotideanidad y se fueron al campo, hicieron el amor en el pasto, en la alberca y al raz de la mesa.
Para caracterizar sus actos, le llaman hacer el amor a lo que hacen.
Sophie se recostó sobre el suelo, cobijada por la hierba observaba con deteniemiento como las copas de los árboles colaban entre el verde las nubes, los rayos de sol le acariciaban su iluminado rostro, Emiliano se postró de rodillas para que ella soportara sus trémulos embates, el viento le rozaba las nalgas, la penetró en repetidas ocasiones hasta adeleitarse con las mieles del orgasmo.
No paso mucho tiempo antes de que ella olvidará la vergüenza de estar sin ropa a la intemperie, en cambio él disfrutó placidamente su desnudez.

Esa vez, abrazados bajo la tibieza de la tarde, habían vuelto a amarse sin memoria.
Dejándose llevar por deseos retomados, Emiliano intentó provocar en ella la sonrisa plácida y relajada que tienen los amantes,
y pensó en lo apacible del momento, todo lo que le rodeaba lo hacía realmente feliz.
Sophie, con mimos en los labios, le musitó que estaría junto de él hasta el final de sus días.
Le dijo que lo amaba, y le beso. Pero no lo consigo.
Él no cambió su gesto adusto, sino todo lo contrario.
Calló como si supiera algo que ella no, como si tras su escandaloso silencio se escondiera toda la verdad de este mundo.

Los dioses envidian el hecho prodigioso de darse amor, en los seres humanos es una acto poco común, los dioses sienten envidia, y tratan de amendetralos.

Sophie y Emiliano no hablaron mucho esa tarde.